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Cuando la familia se convierte en un contenedor de narrativas contradictorias

Arya Jeipea Karijo - 16 agosto 2025

Conoce a Arya Jeipea Karijo, narradora y periodista. Colabora con un equipo único de investigación digital apoyado por Komons, el Comms-Hub de Kenia y Puentes. En este artículo, Arya explora cómo los contenedores narrativos de la familia y lo religio-cultural confieren legitimidad inmediata, enmascaran contradicciones y pueden facilitar daños patriarcales y anti-LGTBIQ+, y por qué abrirlos resulta vital para una sociedad más justa.
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CONTENEDORES: UNA MUJER DE FAMILIA

En los últimos 5 años me han descrito como madre, madre sustituta, familia elegida y amiga mayor, todos términos que se usaron para describir algún rol de cuidados que había asumido en otra vida. A diferencia de todas las “millones” de palabras para mi género que yo misma habría usado para describir mi existencia, esta única palabra: “MADRE”, parecía llevar consigo sus propias definiciones que me ganaban cierto respeto, mucho amor, cercanía e incluso pertenencia. En cierto momento, también se refirieron a mí como novia, a raíz de lo que mi compañera en el crimen (literalmente hablando) y yo describimos como un experimento social.  De nuevo, ser vistas como la novia de una novia nos ganó cercanía. La gente nos enviaba mensajes de felicitación, y en la fiesta posterior a la boda personas aleatorias nos compraban bebidas: “¡Chupitos de tequila para las recién casadas!”. Mensajes online de enhorabuena en YouTube, incluso de detractores que añadían “aunque no podáis tener hijos”.

Ése fue mi primer contacto, como una especie de outsider-insider, con el poder que tiene el contenedor narrativo de la familia. Novias y novios, bodas y celebraciones venían ya con historias incorporadas: se asumía el amor, se asumía la felicidad (alguien me dijo que tenía la piel radiante; juro que era el clima costero, no la relación con mi pareja no binaria de la costa). La identidad de “madre” también llevaba consigo historias prefabricadas sobre el cuidado de los hijos. De repente, era como si llevara una aureola que decía “madre” cada vez que entraba en cualquier espacio.

En nuestra investigación “Family Values and LGBTIQ discourse in Kenya’s digital sphere”, vimos cómo políticos, analistas sociales, influencers de estilo de vida y familia trabajaban mucho para situarse como “hombre de familia”, “mujer de familia”, “esposa feliz”, “esposa cumplidora”, “madre exitosa”, “padre trabajador”. Estas identidades vinculadas a la familia les otorgaban legitimidad. En algunos casos, incluso las empresas se autodefinían como “amigables con la familia”, por ejemplo “televisión para toda la familia”.

Además de usar la familia como un contenedor de identidad legítima y celebrada, muchas personas en estas categorías utilizaban la familia como espacio para materializar normas patriarcales. Influencers como Amerix dirigían específicamente su consejo a la formación de los hombres, algo que se hacía dentro de la familia o con el objetivo de prepararlos para ser líderes de una familia, convirtiendo así a la familia en el lugar donde materializar y fabricar normas patriarcales. Finalmente, desde tu presentador de radio favorito hasta el informativo de máxima audiencia y los anuncios que lo interrumpen, todos reclaman a la familia como el público objetivo de sus mensajes.

Todas estas personas se benefician de la familia como contenedor de narrativas y suprimen cualquier intento, externo o interno, de separarles de esa pertenencia. Cuando oímos frases generales como “la familia es la unidad básica de la sociedad”, “las familias cuidan de los niños y de los mayores” o “en nuestras familias se honra a los padres”, las aceptamos incluso si venimos de familias abusivas, incluso si vemos niños de la calle cada día, incluso si tenemos abuelos y mayores abandonados en nuestras propias familias. Si alguien dijera: “La familia es la unidad básica del consumo capitalista y la proveedora de la mano de obra para su producción”, lo rechazaríamos. Aunque sepamos perfectamente que casi todos nuestros gastos están dirigidos a nuestra familia, y que la razón principal por la que no dejamos trabajos u ocupaciones que no nos gustan son nuestras personas dependientes, ese hecho evidente se barre bajo la alfombra de “amo a mi familia”, “la familia es la unidad básica de la sociedad” y “soy el hombre de mi familia”.

Los contenedores narrativos como “familia” sostienen tanto realidades como ficciones, y eso es lo que les hace tan poderosos. Los contenedores narrativos religio-culturales son igual de potentes. Por ejemplo, cuando alguien dice “Kenia es una nación cristiana” y al mismo tiempo afirma “según nuestra cultura africana”. Lo hacen para legitimarse o para dirigirse a un grupo, construyendo cercanía con su público objetivo. No cuestionamos estas frases aunque exista una contradicción entre los dos contenedores: la africanidad o panafricanidad por un lado y el cristianismo por otro, que en nuestro caso suele ser occidental y victoriano. Los contenedores narrativos son lo bastante grandes como para albergar contradicciones que no podemos sostener individualmente. Un ejemplo es la contradicción de que “el presidente elegido por Dios en Kenia” pueda aun así “quitarle la vida a jóvenes manifestantes de la Generación Z” y seguir siendo considerado válidamente “el hombre de Dios”.

¿Son nuestras historias nuestras realidades?

No espero que todo el mundo renuncie a las narrativas o a los contenedores acogedores que han ayudado a que nuestras vidas parezcan normales en un mundo patas arriba. Los contenedores de pertenencia, como la familia, nos dan un punto de anclaje para mirar la vida y nuestro lugar en ella. Sin embargo, también influyen en nuestras decisiones y acciones. Así que, cuando jueces, policías, tu presidente o tu amigo actúan de una forma que no parece enraizada en su profesión o en su carácter, es probable que estén protegiendo un contenedor narrativo o usándolo.

Lo hemos visto en las redes sociales kenianas en nuestra investigación. Es el insulto de “Msenge” contra cualquiera que no apoye nuestra causa o con quien estemos en desacuerdo. Es la risa y la insensibilización frente al sufrimiento cuando asesinan a personas queer. Están fuera de nuestro contenedor de familia o de nuestro contenedor de “pueblo de Dios”; no merecen la vida, no merecen compasión ni empatía.

Sé que te estarás preguntando a estas alturas por qué he sacado un tema tan incómodo, aparte, por supuesto, de nuestra investigación sobre el discurso en redes sociales. Nuestro mundo patas arriba se crea y se refuerza mediante nuestra protección de los contenedores narrativos. Cuando 60 jóvenes son asesinados por el gobierno de Kenia durante las protestas de 2024, y otros 30 son asesinados por el mismo gobierno en 2025, ¿formaban parte de familias? ¿Son hijos de Dios? ¿Son no africanos, criminales, matones?

Estos contenedores narrativos se parecen a cajas de Pandora, pero sólo abriéndolos podremos corregir lo que está mal en nuestro mundo.